Crónica Urbana

Viernes de Cuento: Mi Santa

Por: Osvaldo Mendoza

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La primera vez que supe del culto de la Santa Muerte en Colima, fue a través de los ojos de un tecolincito que le lloraba a su novia muerta. Se drogaba y después le daba por caminar errático por las calles de La Albarrada. Después le daba el bajón y se iba con una mueca de dolor a colocar imágenes, veladoras y ritos en el lugar donde hallaron muerta a la muchacha.

El droguito se ponía en una bocinita unas rolas chilangas, rockeras, perronas; como que los dos tortolos eran oriundos de allá. Ahí le lloraba a su Astrid, muchacha que hallaron hecha pedazos en una hielera, junto con otros tres que andaban metidos en la maña, cuando Prados del Sur eran puros lotes, rachas de monte y baldíos, allá por los años del 2010. En aquellos días cuando la primera oleada de violencia golpeó el estado.

Cómo han pasado la vida y los años; cómo ha corrido la sangre; que en un abrir y cerrar de ojos, se extendió el culto de esos menesteres por todo México. Y no me voy a poner a criticar a la gente creyente, porque de antemano sé que fue un momento especial en sus vidas lo que los hizo abandonar una fe y absorber otra que hoy sostienen.

No es de extrañarse que estas cosas pasen en México. Nuestro México mágico: el propio crisol de muchos Méxicos molidos, multiculturales, donde la gente transforma, cambia y adapta todo lo que existe. Desde el uso de un bolillo en las comidas, hasta las liturgias de sus propias religiones.

Hoy ardió un altar en la M. Diéguez, se levantaron las ampollas morales de la gente religiosa, asustona y conservadora. Se alborotaron las incongruencias sociales de Colimilla, como los esquilines que hacen bulto para devorar un pan viejo que alguien tiró en alguna banqueta. Unos dicen que fueron grupos cristianos los que perpetraron el ataque, otros afirman que son los grupos delictivos rivales que se disputan el territorio. De donde haya sido, eso fue golpe moral, como en cualquier guerra, como lo ha sido siempre en la humanidad. Entran los ejércitos a las ciudades y queman mezquitas, templos y catedrales. Mucha gente se cuestiona los motivos, pero en realidad son más obvios de lo que pensamos.

“Respeten mis creencias, hijos de la Chingda”, exigía una morra creyente de la Santa en los cientos de comentarios del Facebook de este día. Me pregunté si eso mismo le decían los mexicas a los españoles, cuando estos bajaron de los barcos, quemaron sus teocalis e izcallis. Me pregunté si esas eran las consignas cuando los güeros barbones arrodillaban a los niños junto a los arroyos y los degollaban por negarse a aceptar la cruz.

Ah cómo han pasado la vida y los años en Colima. La gente pelea, ahora en redes, repitiendo una historia que ya olvidaron. La gente que muere en esta guerra vuelve a derramar la misma sangre de nuestros ancestros, por ideas de avaricia narca, mafiosa, por religiones que surgieron del mismo modo que las que nos impusieron. Caen los mismos inocentes, pagan los justos por pecadores. Lamentable.

Sonríen hoy por la destrucción del altar doña Martha y doña Eduviges, les da gusto que arda un credo ajeno. Esas doñas que van a misa todos los domingos, se persignan y son con la gente las peores enemigas. Esas mismas doñas que por las noches aún tienen pesadillas por todas las cosas que les contaron sus abuelas y abuelos sobre la guerra cristera, ese tiempo cuando el Gobierno Federal te mutilaba, arrasaba tu rancho y te desbarataba el espinazo a balazos por decir ¡Viva Cristo Rey!

A veces sueño con el droguito llorándole a su novia por las noches. Repitiendo “Mi santa”, “mi santa muerte” “Mi Astrid”. Dándose en la madre con un bote de Resistol, caminando errático en calles y esquinas lúgubres de la colonia La Albarrada. Sueño con el droguito danzando en las fogatas que hacía junto a la cruz de Astrid, cantando canciones chilangas, rezando sabrá Dios qué. Me acuerdo de él e imagino a los antiguos danzándole a la lluvia. Esos prehispánicos que creían en la luna, en el sol, en las nubes y los árboles. Esos que bautizaron como «indios», pero se llamaban como el viento, las estrellas y los cerros. Y por creer en eso, los mataron.

No voy a abonar en mis letras las malas semillas de una guerra ideológica entre los ciudadanos de Colima, menos en estos momentos que padecemos una nueva ola de violencia que abaten todas nuestras ciudades. Yo respeto, porque es una historia que no pienso repetir.

A la libertad de cultos, a la tolerancia y reflexión pública.
Osvaldo Mendoza 🌹✍️

(Quema del altar de la Santa Muerte en la M. Diéguez)

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