Opinión

Montones de palabras: El «regreso» a la escuela

La columna semanal de Wen Hernández

Todavía recuerdo la emoción que me causaban los inicios de ciclo escolar; mi casa olía a nuevo: libretas, lápices, uniformes, zapatos, calcetas, todo era nuevo. Recuerdo especialmente un año, en primaria, que gracias a mi empeño logré que mi mamá me comprara una mochila-arma blanca, hecha de metal; era una especie de reja con dos agarraderas en la parte superior. Toda ella era incómoda: se salían las cosas; si llovía, se mojaban; terminabas con las manos lastimadísimas de cargarla y al caminar te iba golpeando las piernas, dejando considerables heridas de guerra ¡Ah, pero estaban de moda y yo tenía una!

Había también mucho qué platicar. Las vacaciones eran siempre un cúmulo de aventuras dignas de ser contadas; yo, por ejemplo, había años en que las pasaba entre Manzanillo y Puebla o la Ciudad de México, así que entre las travesuras que narraría y las cosas novedosas que a veces traía ‘de mis viajes’, el aplauso del público estaba presente en todo momento. Ah sí, también era una oportunidad de aprender cosas nuevas.

Para Susanita, mi hija, sus dos años de kínder y los cuatro años de primaria que antecedieron a este, fueron igual de emocionantes o más. Desde que termina el ciclo nos dan los útiles para el próximo, así que durante las vacaciones me dedicaba a comprar poco a poco lo indicado en la lista, entonces, cada ida al supermercado o al centro, se le convertían en la posibilidad de adquirir algo nuevo para la colección, además del deseo de conocer a la nueva maestra y las ganas acumuladas de volver a ver a sus compañeros y compañeras.

De sobra está decir que este año no hubo nada de eso. La cosa esa bonita y emocionante se cambió por una sensación de angustia, incertidumbre, miedo. No hubo ni uniformes, ni zapatos, ni calcetas nuevas. Estamos, por sugerencia de la maestra, reusando libretas del año pasado y no ha habido regreso a la escuela; el edificio está cerrado, sin niños, sin niñas, sin maestras ni maestros. Estamos aquí, en casa, yo tratando de convertirme en algo cercano a profesora –carrera de la cual hui, pues hay quienes opinan que era mi destino manifiesto-, ella aguantando, tratando de ponerle buena cara al mal tiempo.

Si lo veo desde donde estoy sentada, esta es una gran oportunidad de crecimiento para Susanita; tiene la posibilidad de volverse autodidacta, de aprender a usar la tecnología y las formas digitales de comunicación para estudiar y eso le va a abrir muchas puertas. Ahí, en esa pantalla, hay un mundo de posibilidades, solo basta con teclear dos o tres palabras y ¡eureka! Me le he puesto de ejemplo: yo he hecho diplomados, cursos y hasta cursé varios semestres de una licenciatura en línea. Ella solo me mira con esos ojos, que encierran todo un discurso que prefiere callar la boca.

Y es que la adultocracia* está llena de vicios, entre ellos, la amnesia y la creencia de que siempre tenemos la razón y lo que decimos el la verdad absoluta. Lo que le digo es cierto, pero es válido solo para quienes ostentan el título de persona adulta. Para ella, una niña de diez años, la verdad, lo válido y lo real es otra cosa. La verdad es que ella no ve ninguna oportunidad en esto. La verdadera conveniencia estaba en ir a la escuela convivir con gente de su edad, volverse camaradas en el recreo, sin la mamá de por medio, siendo ella, con lo que sabe de la vida y nada más. Lo válido es salir de casa y aprender junto con sus semejantes; aprender no las tablas o las esdrújulas, sino aprender de la vida misma. Lo real es que está aquí, encerrada con dos adultos y a veces con su abuela y su tía, y aquí se tiene que fletar nuestras pláticas adultas, nuestras angustias y mis choros new age sobre las oportunidades.

Son patrañas. Es injusto querer que los niños y las niñas estén en calma y tomen la situación con filosofía. Esta situación les está dejando una huella indeleble y antes de pedir que valoren lo que tienen, lo que les sobra, la escuela, las oportunidades, habría que sentarse y recordar que todas y todos pasamos por la niñez y que lo que importaba entonces se aleja mucho de lo que importa ahora.

Abrazar con amor, decir que todo va a pasar, ver las cosas como se ven desde la infancia y actuar en consecuencia: esa, además de enseñar matemáticas y ciencias de la salud, es la tarea del día de hoy. A ver qué.

*El poder ejercido por las personas adultas.

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