Crónica Urbana

Viernes de Cuento: Bala Perdida

Por Osvaldo Mendoza

Mataron a un muchachito que vendía flores. Vendía flores en el Mercado Obregón. Cayó muerto el muchachito. Un día 9 de mayo, como a las seis de la tarde. En la esquina del mercado, una bala lo mató. Murió el muchachito. Mataron la esperanza tierna que brillaba en sus ojos muchachos. Ahí quedaron sus sueños rotos, manchados de tristeza y pétalos de rosas. En la esquina del mercado, unas almas muertas le dieron piso a una vida en flor.

“Era un halcón” “Andaba metido en “eso”” “La maña no perdona” Eso dijo la gente hocicona. La gente nanga y golletera de las colonias mugrosas y de las zonas fufurufas de Colima. “La gente habla porque tiene hocico” “La gente es perra” decía mi abuelo.

La gente habló sin conocer al muchachito. Le echaron tierra antes del velorio. La gente de Colima está tan ahogada en sangre y dolo, que se inventan siempre algo para olvidar pronto. Pero no es la gente, es el color de las desgracias lo que hace que la gente hable tarugadas. Es un color púrpura, con un hórrido sabor descompuesto: rojo profundo, como la sangre del muchachito. Imborrable, como las ideas que se le meten a la gente. Ideas locas que parecen picotazos de zopilotes en la panza de un cadáver.

Nadie habló del entrenador de fútbol que lloraba el día del velorio. El señor entrenador que se tomó la molestia de adoptarlo, de sacarlo de las garras de la vecindad donde vivía. De eso no habló la gente, de su dolor de pérdida, de las tardes cuando bebió junto a él sus coca-colas. Nadie habló de su novia de 15 años. Nadie habló de esas soledades y pobrezas que devoran las colonias populares, esas que hacen que los chiquillos se hagan novios desde 6° de primaria. Nadie habló de su noviecita llorando al pie del ataúd. Nadie habló de sus 7 años de relación. Nadie mencionó a esa chiquilla que lloraba a chorros sus lagrimillas adolescentes; madurando a la mala, a la vista de todos como un crisantemo que se abre por el rocío de la mañana. Nadie habló de sus sandalias sucias, de la cajita modesta de pino donde velaron al muchachito. Nadie mencionó el velatorio sencillo de un alma que se fue.

—Suegro, ahorita bajo las flores para venderlas, a ver que saco.

—Gracias, hijo. Déjame arreglar la llanta y ahorita te ayudo. ¿Ya no vas a ir al partido?

—Me quedaré aquí vendiendo, le quiero comprar algo a mi mamá.

—Ta bueno, yo me iré yendo a la vulcanizadora.

El balón rebota en la cancha mugrosa de la colonia popular. Reciben en Nacozari las mujeres. Allá van corriendo para arriba y para abajo de la cancha llanera. Allá van las mujeres bonitas que viven en las orillas de Colima. El árbitro pita justo en el lugar donde ellas claman sus sueños y pelean por sus derechos e igualdades. Un día cambiaron sus faldas por shorts deportivos. Quedan 20 minutos al reloj. Una jugadora quinceañera observa más allá del campo, está abrumada por el sol tosijoso que escupe lumbre como un viejo enojado. Van sus pestañas dulces barriendo el aire caliente, buscando a alguien que nunca llegó.

Por la Ignacio va matándose la maña. Van de bajada siguiendo a una pareja. Empujándose los carros, van pensado en las vidas que deben y en las que deben cobrar. Exmilitares rapados, a bordo de vehículos civiles van disparándole a la pareja que se cuaja de miedo. Las detonaciones resuellan las calles pardas del centro y estremecen los alrededores. La gente entra en pánico. Chocan dos carros en las esquinas de Ignacio y Guerrero, frente al mercado. Se baja la maña. Rocían de plomo a los ocupantes. Se marchan. La mujer avienta borbotones de sangre de la boca. El marido está convulsionándose dentro del carro, con una bala metida en el cogote. Martes 9 de mayo del 2017. Se va la maña. Son las 6:45 de la tarde. Se marchan con sus corridos, con sus horrores. Allá van. La policía nunca los alcanza, hasta se piensa que los protegen. “No hubo detenidos”. Los adolescentes cantan sus corridos, en las colonias mugrosas les aplauden, los idolatran. Hay figuras del narco que los chiquillos coleccionan como las fichas doradas de un almanaque. Ser una mierda social está de moda. Allá van los chiquillos a raparse, a emular a los sicarios, a cantar sus canciones de combate, a cambiar sus canicas por focos y perjuicios.

“¡Una ayuda para mi niño muerto, señor gobernador!” “¡Justicia para mi muchachito muerto, señor gobernador!”

Allá en Palacio va clamando una madre amputada de su hijo. Va a pedir migajas a los mismos judiciales que dijeron en sus informes que el niño era un “halcón”, que voló como Ícaro al sol y cayó tieso sobre la banqueta. Ahí por los pasillos va la mamá caminando, entre el séquito de lameculos que el gobernador lleva consigo siempre. ¿Qué espera la señora? ¿Qué le extiendan la mano para darle unas limosnas?

Ninguna madre debería ir juntando centavitos para comprar la caja de su hijito muerto. Se supone que las madres deben comprar carritos y muñecas. Qué día de las madres de 2017. Ninguna madre debería echar agua bendita en la cabeza de su criaturas, para después cerrar con su mano llorosa la caja fría de velación.

¿Qué dirían los lamentos de todas las madres dolientes de Colima, si los juntáramos todos?

“AyudemeseñorgoberadorMurióMiHij@MeMataronAMiMuchachit@UstedprometióSeguridadFelicidadCompromisoEmpleoAyúdemeMeDueleNoSoyFelizEnElAlmaQueMiHij@YaNoEstéNoVivosegu@AlexisSofíaHernandoMaríaHeribertoCandelariaJuanMarthaEverardoEtelvinaJorgeMariCruzGasparAlejandr@JhonatanMarieselaDalilaEstebanRicardoLeonelMiguelAngelLeticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticiaJusticia…”

Ahí va la mamá rumbo al panteón, atrás va el entrenador destrozado y también la novia con sus siete años de recuerdos. Allá va el muchachito muerto, metido en su cajita de pino, con la tierra injusta que le echó una sociedad destruida por la violencia. Al otro día lavaron la sangre, pero nunca se borrará esa mancha de nuestros corazones.

“Vendiendo flores, una bala lo mató.”

A la memoria de Alexis, de cariño “Pelón” y a todas las madres de Colima que han pasado algo similar. Con sumo respeto y deseos mejores a la posteridad.

Osvaldo Mendoza ✍🌹

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