Crónica Urbana
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“NO APAGUES LA LUZ, PAPÁ”

El cuento semanal de Osvaldo Mendoza

A la memoria de las personas desaparecidas en Colima.

Esta tarde maté a mi hijo. Maté a mi niño. Con una escopeta le abrí el pecho donde latía su esperanza. La judicial ya viene en camino y el cuerpo de mi hijo está deshecho. Ya no habrá más suspiros en ese corazón. Ahí quedó mi hijo bien muerto; con la cabeza holgada mirando al suelo, con los adentros desparramados. La camisa: un hilacho sangriento, enredada en el cancel, con su brazo roto y estirado como si me pidiera algo. Esta tarde maté mi sangre. Se oyen sirenas, presiento el apando.

Las manos sucias de mi hijo, manos drogadictas, carcomidas por el vicio, manos mortales, que minutos antes sostenían una navaja con la que seguramente me hubiera dado muerte. Esta vez se le pasó la dosis y vino aquí muy decidido, como las otras veces, con esa otra mirada en sus ojos. Se oyen sirenas, la muerte ya se ha ido de casa. Tus manos sucias, hijo mío, tus manos de jugar en el lodo, de partir almendras con una piedra, de la grasa de las bicicletas, de volar papalotes en abril. Te hubieras quedado niño por siempre.

Oí a mi vecino gritar: “¡Don Eliodoro!”, “¡Don Eliodoro!”

“¿¡Está usted bien, Don Eliodoro!?”

No le respondí, porque no sabía si yo por dentro estaba bien, no sabía si había obrado mal. ¡Váyase vecino! —me decía a mí mismo—, váyase y no se arrime a mi casa, porque aún no sé si matar a los hijos es bueno, si dispararles como a un perro rabioso sea la mejor manera de estar bien con uno mismo. Váyase, porque aquí tengo otros tres cartuchos con los que mataba venados, por eso ya viene la judicial, por eso se oyen cerca las sirenas. Esta tarde maté a mi hijo. Le metí dos cartuchos 12 a mi criatura, son esas municiones que los guachos llaman “antipersonal”, más bien son antihumanos, antivida, antimaloshijos, anti todo lo maligno que existe en este mundo podrido, donde los hijos matan a los padres, donde los padres entierran a sus hijos, donde la droga mata y destruye a las familias completas. Cuánto dolor y sufrimiento hay en un anexo, donde saben todos que no hay salida. Ojalá nunca veas salir a tu hijo de casa con esa frialdad en el alma, vacío del corazón, mirándote como mira un cuervo. Ojalá nunca veas a tu hijo ahogado en la noria profunda de su desesperación, mordiéndose la lengua por una dosis de mierda. Deseo en dios que tus hijos nunca abran las válvulas de la desesperación.

De pronto miré a alguien que me apuntó con un arma:

¡Arriba las manos, cabrón! ¡suelta las armas, hijo de tu puta madre! ¡tírate al suelo! ¡Al piso, cabrón, al piso! al piso! al piso! al piso! al piso! al piso! al piso!…

…al piso! ¡al piso! al piso! al piso! al piso! al piso! so! so! so! so! so! so! so! so!… y tirado con la cabeza embarrada al suelo, me llegó el recuerdo de un cumpleaños, hijo. Ahí estaba el pastel, las velas, las amistades verdaderas, las buenas épocas para sonreír. Recuerdo que te llevaste las velas del pastel a tu cuarto, jugabas con ellas y las encendías porque te daba miedo la oscuridad:

No apagues la luz, papá.

Hágase hombrecito, cabrón

No apagues la luz, papá.

Ya estás grande pa tenerle miedo a la oscuridad.

Por favor, no apagues la luz…

Llorabas con las luces apagadas. Llorabas en silencio y quizás pediste a Dios por ti. Hubieras rezado más recio, hijo mío.

Tirado yo en el suelo, te miré por última vez, destruido y abatido, colgado del cancel. El piso: un baño de sangre. Tu pantalón sucio, tus tenis malandros, tus tatuajes, tu brazo roto pidiéndome algo que seguramente nunca te di.

A ti te mataron las drogas, hijo mío. Perdóname por apagar la luz de tu vida; por mis errores, por todo el mal que yo haya hecho. Perdóname.

Anoche me soltaron los judiciales. El vecino tocó a la puerta de mi casa: ¡Don Eliodoro!, no le abrí. “La justicia es de dios”. Más tarde salí a la calle a ver si habían limpiado la sangre de mi sangre, vi una cubeta, unas gasas y unos jabones. “Cría cuervos y te sacarán los ojos”. Miré la eterna barda del panteón, solo habitaba la soledad de siempre con algunas hojas secas. Muere noviembre. “Los hijos son prestados”. Son las 5:40 am, en la calle ya no hay nadie.

Basado en hechos reales. Colima. Noviembre 2019.

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