Opinión

Escribanías – La poesía hoy

Por: Rubén Carrillo Ruiz

Paul Eluard, el poeta francés, afirmó que para escribir o leer poesía deben coincidir la circunstancia externa con la circunstancia del corazón.

Shakespeare, tras el estallido de la peste en Londres y el consiguiente cierre de los teatros, se refugió en la poesía y publicó Venus y Adonis en 1593. 

La poesía, que cambia de rostro y forma durante la historia, siempre fue capaz de renovarse conservando su esencia, la de iluminar la condición humana.

Los temas que trata también se han transformado, empezando por los religiosos y heroicos de la antigüedad, a los de hoy que pasan por el dolor, la impaciencia y el amor.

Los sentimientos animan el mundo y la poesía es el fuego ardiente. 

Safo y quién sabe cuántos otros, engullidos por el olvido del tiempo, hablaron de su importancia.

De hecho, en el mundo griego la poesía estuvo rodeada de cierto halo sacro y misterioso; el poeta, figura respetada en tanto depositaria de una facultad divina e instrumento para revelar verdades superiores.

Esta herencia conceptual se someterá luego al escrutinio del racionalismo más sutil y mentalidad práctica y concreta del mundo romano, lo cual originó que la poesía épica pasara de mítica a histórica, a partir de Nevio y Ennio, y que la poesía filosófica terminara con Lucrecio. Asimismo, que la poesía didáctica desempeñara un papel funcional en la estructura de la sociedad romana, en particular con las Geórgicas de Virgilio, y la poesía lírica sentimental cristalizara en forma elegíaca, mientras que la poesía de reflexión existencial se sustanciaba en la vena totalmente romana de la sátira en los versos de Horacio.

La relación del ser humano con la poesía, según Eugene Montale, es la más espontánea que existe. Y si esto es cierto en un clima de bienestar, aún más cuando éste falta. 

En momentos de dificultad e incertidumbre, el ser humano se refugia en el arte, único lugar donde puede dar rienda suelta a su imaginación y encontrar un desprendimiento de la realidad.

Robert Frost dijo que el proceso poético comienza «con un nudo en la garganta, con la sensación de que algo va mal, con la nostalgia, con un corazón roto». 

Venimos de una de las épocas más difíciles de las últimas generaciones. Durante dos años el mundo se detuvo, nos encerró e impidió los desplazamientos más habituales. 

Esa circunstancia, que pareció eterna, determinó muchas preguntas, entre ellas una que me parece vinculante: la importancia de la poesía en la sociedad, qué tipo de compromiso debe asumir con la misma. 

¿Debe el arte comprometerse o desvincularse? Un dilema añoso. Pero el arte siempre está comprometido con la protección de la realidad, con la renovación de las fuentes emocionales de nuestras vidas. 

Lo anterior tiene relación anecdótica con Gabriel García Márquez, cuando un periodista le preguntó: «Maestro, ¿para qué cree que sirve la literatura? Y él respondió: «Y el amor, ¿para qué sirve?»

La poesía es una necesidad interior ineludible, compañía perpetua de la aventura humana. 

¿Cuándo empezó la poesía? Dejemos que el escritor rumano Valeriu Butulescu (1953) responda: «La poesía nació en la noche en que el hombre contempló la luna, aun siendo consciente de que no era comestible».

¿Cuándo terminará la poesía? Ugo Foscolo, un poco cursi y romántico, como corresponde a su época, estableció que la poesía dejará de acompañar la aventura humana en la tierra el día que el sol deje de brillar sobre las desgracias.

Hoy, la lectura de poesía tiene adversarios todoterreno, ubicuos y conspicuos por el dominio omnisciente de la tecnología: teléfonos inteligentes y no tanto, televisores ultramodernos, computadoras de frontera, todo lo cual provoca comodidades impensables hace medio siglo.

Los tiempos comunicativos son instantáneos y acumulados. Si antes estaba la carta, el largo tiempo de reflexión para escribirla, los borrones, los papeles arrugados, el pasar horas escribiendo y reescribiendo antes de llegar a lo que se quería decir, ahora están las redes sociales y antisociales, que cancelan el mayor tiempo para razonar, que exigen siempre respuestas inmediatas.

En esta continua aceleración de la vida, ¿dónde puede encajar la poesía, el antiguo arte que expresa la comunicación mediante sonidos, palabras y melodías? ¿Hay todavía sitio para ella, para sus tiempos lentos, sus espacios que se convierten en silencios profundos, sus palabras pesadas una a una?

La poesía dirá las cosas de siempre de una manera diferente. Hablará de la belleza, del dolor y de la muerte. 

Lejos de ser ajena a la realidad y a la sociedad, atestigua su tiempo. 

No debe estar vaciada de su papel, escindida y exiliada a un mundo ajeno, sino recuperar su papel social, primigenio, cuando era el vínculo con lo sagrado. Sin embargo, la poesía también sabe callar, sobre todo en los momentos en que el ruido de los medios de comunicación causa estragos. 

¿Por qué la poesía hoy?

Parte de la respuesta se encuentra aquí. Frente a la innumerable cantidad de palabras escritas con las que nos bombardean constantemente, necesitamos algo que actúe, y para mí la poesía está en la base de este criterio. La poesía sigue siendo posible porque es un anticuerpo contra la propagación de la superficialidad. 

Lo que creo importante preguntarse es: ¿cuál es el significado de la poesía en nuestro mundo? Para muchos, probablemente evoca polvorientos recuerdos de tardes dedicadas a parafrasear o recitar versos de Neruda, Borges, Paz, Sabines, Gelman, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Amado Nervo, seguidos por un desinterés general o, incluso, una franca intolerancia hacia cualquier cosa en forma de verso. 

La tarea de la poesía recuerda que existe algo más: sacarnos de nuestra vida cotidiana -no anestesiándonos ni ofreciéndonos una evasión banal de la realidad, sino despertando algo que tal vez ni siquiera sabíamos que estaba dormido- y ponernos en contacto con nuestra alma. 

Nos recuerda que tenemos una conciencia que, con demasiada frecuencia, dejamos que se hunda bajo el peso de las mil cosas de la vida diaria. 

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