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El Oscuro Páramo – Nuevas esclavitudes, nuevas adicciones: la herida abierta de América Latina

Por: Esaú Hernández

“Yo les demando desde aquí, desde mi Latinoamérica herida, acabar con la irracional guerra contra las drogas. Disminuir el consumo de drogas no necesita de guerras, necesita que todos construyamos una mejor sociedad: una sociedad más solidaria, más afectuosa, donde la intensidad de la vida salve de las adicciones y de las nuevas esclavitudes. ¿Quieren menos drogas? Piensen en menos ganancias y en más amores. Piensen en un ejercicio racional del poder”.

Hace unas semanas, frente a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el presidente colombiano Gustavo Petro pronunció uno de los discursos más poéticos y poderosos de los últimos tiempos en torno a la lucha de los países del Sur contra el modelo hegemónico de economía y seguridad que ha planteado la agenda norteamericana. 

La lucha encarnizada que protagonizan los países al sur del Río Bravo en contra de los Carteles de la Droga, se ha convertido en un ciclo que parece terminar pero que sólo reinicia, con más fuerza una y otra vez, ante la caída de cada uno de los líderes de la droga que los gobiernos de México, Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú, Guatemala o El Salvador van poniendo fuera de combate o tras las rejas. 

Mientras las agencias gringas alientan y patrocinan incansables búsquedas de objetivos prioritarios, en nuestros países las “guerras contra las drogas” dejan saldos sangrientos y miles de muertos que forman huecos dolorosos en las casas de familias inocentes. 

En nuestras calles y comunidades se derrama la sangre; pero el polvo mortal, el cristal enfurecedor, la extasiada heroína mantienen su paso por las distintas fronteras de los Estados Unidos. En nuestros domicilios se quedan las peores drogas porque también en la mercadería de la maldad existen privilegios a los que los Pueblos del Sur no pueden aspirar. 

Petro lo definió así: ¿Cómo puede conjugarse la belleza con la muerte?, ¿cómo puede erupcionar la biodiversidad de la vida con las danzas de la muerte y el horror? ¿Quién es el culpable de romper el encanto con el terror? ¿Quién o qué es el responsable de ahogar la vida en las decisiones rutinarias de la riqueza y del interés? ¿Quién nos lleva a la destrucción como nación y como pueblo?” 

“… La Selva se quema, Señores; mientras ustedes hacen la guerra y juegan con ella… La Selva salvadora es vista en mi país como el espacio a destruir junto con los campesinos que cultivan el árbol de la coca porque no tienen más que cultivar… La selva es demonizada… quieren llevar a los hombres de la Selva a la cárcel, a sus mujeres a la exclusión… no les interesa la educación de sus hijos”. 

Desde la óptica del Presidente colombiano, que debería ser también la mirada del resto de países al sur de la frontera norte de México, la lucha contra las drogas en las calles y montañas de América Latina sirve para excusar los “vacíos y las soledades de la propia sociedad” estadounidense que “la llevan a vivir en medio de las burbujas de las drogas. Les ocultamos sus problemas que se niegan a reformar”. 

Y es cierto: los últimos 40 años el modelo de Guerra contras las Drogas ha fracasado una y otra vez. 

La muerte de Pablo Escobar y la aniquilación del Cartel de Cali dejó el control de las calles y el trasiego de cocaína al Cartel de Medellín de los hermanos Rodríguez Orejuela; la captura del Chapo Guzmán no aniquiló los negocios del Cartel de Sinaloa sino que propició la presencia de agrupaciones regionales como el Cartel de Jalisco Nueva Generación de Nemesio Oseguera Cervantes: hoy ambas organizaciones están globalizadas y siembran el terror en cualquier lugar que se asienten.   

Nuestros países están heridos por una guerra innecesaria, una guerra entre nuestra propia gente, una batalla nacida para satisfacer la política norteamericana pretenciosa de que en sus cadenas nacionales los editoriales y reportajes festinen y reconozcan los tratados con los países del Sur. Una victoria publicitaria en el concierto de la guerra que auspician. 

La fuerte consigna de los Estados del Sur en la voz de Petro invitó al gobierno del Norte de América a rectificar su vergonzosa política: “mejor (ha sido) declararle la guerra a la selva, a sus plantas, a sus gentes. Mientras dejan quemar las selvas, mientras hipócritas persiguen las plantas con venenos para ocultar los desastres de su propia sociedad, nos piden más y más carbón, más y más petróleo, para calmar la otra adicción: la del consumo, la del poder, la del dinero”. 

La Guerra contra las Drogas debería empezar en territorio norteamericano. Allí se hace poco por erradicar los ánimos de consumo; por vencer la voracidad del modelo económico y cultural hegemónico que nos han impuesto; por poner un alto a la bipolaridad de su voluntarismo; por amainar el espíritu caníbal de la competencia por tener, por demostrar, por encajar que tiene a las comunidades y las personas en una depresión profunda que no distingue, que lastima y que hiere a todo un continente.  

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