En 1954, Akira Kurosawa dirigió una película que pronto se convertiría en un clásico del cine mundial: “Los siete samuráis”.
En ella, el cineasta japonés narró la historia de un pequeño pueblo, habitado por campesinos pobres, los cuales, hartos de las depredaciones y crímenes de los bandidos que asolaban la región, decidieron contratar a siete samuráis para defenderse.
Los samuráis, con una valentía y ética inquebrantables, a cambio de dos puñados de arroz que diariamente recibían, lograron acabar con los crímenes y depredaciones que caracterizaron al siglo XVI japonés, plagado de violencia y anarquía en el medio rural.
Samurai significa “el que sirve”. En la película, Kurosawa nos muestra la virtud del guerrero como alguien que está al servicio del pueblo. En uno de los diálogos, se escucha decir a uno de los guerreros:
“Esta es la naturaleza de la guerra: protegiendo a otros, te salvas a ti mismo. Si sólo piensas en ti mismo, te destruyes”.
La unión entre los samuráis y el pueblo hizo posible el triunfo sobre los bandidos.
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La antítesis de “Los siete samuráis”, en la vida real, tuvo lugar hoy en Colima, en una hermosa ex hacienda llamada Nogueras.
Allí, en aviones privados y fortísimos operativos de seguridad, arribaron los siete magníficos gobernadores de oposición, que se han caracterizado por todo, menos por servir al pueblo, para lo cual fueron contratados.
Uno a uno, los siete magníficos arribaron a la cálida tierra colimense.
En la tierra de los pericos y las palmeras, se desplazaron en impresionantes camionetas tipo Suburban, blindadas y con vidrios polarizados: Enrique Alfaro, de Jalisco; Silvano Aureoles, de Michoacán; Jaime Rodríguez El Bronco, de Nuevo León; Cabeza de Vaca, de Tamaulipas; José Rosas Aispuro, de Durango; Miguel Ángel Riquelme, de Coahuila y José Ignacio Peralta, el anfitrión, de Colima.
En tiempos en que millones de familias mexicanas carecen de trabajo, ingresos y alimentos; en la entidad federativa que registra los primeros lugares por feminicidio y agresiones contra las mujeres; donde su gobernador ha sido señalado por lavado de dinero y enriquecimiento ilícito y que reiteradamente figura entre los peores evaluados por la población; donde la diputada por Morena, Anel Bueno, cumple más de un mes de desaparecida, los gobernadores hicieron lujo de derroche: llegaron en aviones privados, acompañados de auténticos séquitos de achichincles (choferes, secretarias, secretarios, asesores, etc., etc.), cerraron el tráfico en los accesos a las ciudades de Colima y Comala y las patrullas y equipos de seguridad se desplazaron en varios puntos estratégicos.
¿A qué le temen? ¿No se supone que ellos están para protegernos?
Afuera de la hermosa ex hacienda de Nogueras, los lugareños, con pancartas en mano, no dejaron de gritar, mientras los siete magníficos departían y degustaban deliciosos manjares: “esos son, esos son, los que roban la nación”, “el pueblo se cansa, de tanta pinche transa”; “corruptos”, “bandidos”, “el pueblo los odia”.
Al final, un grito se escuchó con claridad: “el pueblo presente, apoya a su presidente”.
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A diferencia de los siete samuráis, los siete magníficos gobernadores no saben ni de ética, ni de honestidad, ni de defender los intereses del pueblo.
Juntos o por separado, representan lo peor que tenemos en la política mexicana. Ante lo que ellos representan (corrupción, lavado de dinero, crimen organizado, ineptitud, cinismo y agravios), no está de más recordar lo que dijo el samurái:
“Protegiendo a otros, te salvas a ti mismo. Si sólo piensas en ti mismo, te destruyes”.
Protejámonos, pues, de los últimos vestigios del mesozoico.