Escribanías – Prohibido besar. Historias contagiantes o escribir en tiempos pandémicos
Por: Rubén Carrillo Ruiz
La pandemia generó a la humanidad entera un confinamiento cabal que obligó a un replanteamiento de la vida, la convivencia, la educación y, por añadidura, a las formas de expresión.
En consecuencia, casi dos años de reclusión forzada dañó también otras estructuras, como la sociopolítica y económica.
El ánimo colectivo se achicó y redujo a conductas fúnebres. También el encierro provocó otras reconsideraciones, como las familiares y amistosas.
La escritura no salió indemne.
Quedan al calce varias referencias para enmarcar la serie de comentarios resultantes de la lectura del libro de Julio César Zamora, Prohibido besar. Historias contagiantes, que apareció bajo el sello de Puertabierta.
Antoine Compagnon, quizá el mayor erudito de Baudelaire y Proust, sentenció que “el remedio para todos los males es la narrativa”, pues no experimentamos genuinamente un acontecimiento, sea cual sea, hasta que lo contamos, ni hasta que hemos leído las historias que nos permiten contarlo.
El relato de esta crisis sanitaria mundial y sus efectos sigue en búsqueda aún de sus palabras.
El libro de Julio César Zamora aporta en tal sentido porque escribió para curar heridas (reales o ficticias), para liberarse de los males del encierro o para compartir la experiencia del aislamiento y poner en palabras esta crisis sanitaria sin precedentes.
Julio quizá pueda contarnos del proceso creativo para allegarse las palabras, que mutaron muchos de sus sentidos, y engarzarlas en sus historias sólida y emocionadamente narradas.
En el atroz enclaustramiento no faltó quien comparó la situación actual con la posterior de los campos de concentración hitlerianos y cómo será la literatura del “después”. Incluso planteó la imposibilidad, aunque en su cotejo estableció cómo grandes escritores hubieran resuelto su literatura en tiempos pandémicos: Balzac habría contado la historia de la fabricación del sofá en el que se sentaba su héroe; Beckett, la historia de dos seres que esperan el fin de un encierro que nunca llegará; Kafka habría intentado entrar en el alma de un confinado que se aburre y ve correr una mosca por su techo, antes de que sea la mosca la que la vea correr por las paredes; Camus, repetiría la lección de humanismo y la reflexión sobre las opciones individuales que expuso en La peste.
La narrativa de Julio César Zamora es creíble, aunque se hospede en los patrones familiares de la ficción, pero transpuestos al calvario que seguimos atravesando. Es decir, pende de un hilo narrativo la frontera entre imaginación y realidad.
El libro mismo incorpora palabras casi sacras que impiden la proximidad ante los riesgos que supone el virus: prohibido, besar, contagiantes, que adquieren ilación con el vocablo eje: historias. Desembocan en la cuarentena que visibiliza la condición humana, renuente al presidio de las emociones.
Si Adolfo Bioy Casares dijo que escribir es como agregarle una habitación a la vida, Virginia Wolf necesitó una habitación propia para domar los prejuicios victorianos.
Muchos son los méritos, a mi juicio, de las historias reunidas en la brevedad, casi portabilidad narrativa de Prohibido besar.
Con su publicación, Julio ingresó en un terreno inédito para la literatura, pero se descubre como un narrador muy consistente, a grado tal de que la visualidad contada (merced a su oficio de diseñador gráfico) deviene en imágenes casi fílmicas.
En esa necesidad expresiva, la crisis pide palabras para decirla, para superarla, para reírse de ella. Una vez pronunciada, la palabra evoluciona. Se transforma, se adapta, se transmuta. Se extiende. Sencillamente, se convierte en un virus de la comunicación, un virus que necesita el oído de alguien para prosperar. Pero una vez escrita, puesta en papel, permanece. Como un signo gráfico de nuestra emoción. Sale del silencio y la soledad. Se convierte entonces en una experiencia colectiva, también llamada lectura, territorio fértil.
La pandemia actual necesita palabras y vacunas al mismo tiempo.
Hay duelo, dolor, por meses de emergencia sanitaria y retraimiento social. Somos privilegiados cuando el aislamiento no es dramático porque nos gusta la lectura, tenemos ganas de aprender.
Pero tener tiempo libre no significa que se pueda escribir. Se necesita un impulso, una disposición. Es lo que registro en el librito de Julio César. «Solo se debe escribir cuando cada vez que se moja la pluma en la tinta, queda un trozo de carne en el tintero», decía León Tolstoi.
La lectura de Prohibido besar aparece en medio de una catástrofe global. Es imposible ignorarlo. Nunca antes vista. La humanidad se enfrenta a lo inédito. Los medios de comunicación se ocupan de la pandemia, la situación provoca ansiedad, las emociones y los comportamientos se intensifican, el miedo se generaliza. Algo invisible e incontrolable perturba de repente nuestro modo de vida, perdemos el rumbo, la sociedad se tambalea.
Todo se mueve con gran velocidad. Estamos viviendo un torbellino histórico. Se toman decisiones con rapidez, se hacen inventos e innovaciones, se ponen a disposición sumas astronómicas de dinero, en marcha medidas excepcionales, se simplifica el acceso a recursos que habrían sido difíciles de obtener en tiempos normales.
La necesidad es creativa. La máquina económica, que funcionaba a toda velocidad, se ha ralentizado de repente, y la máquina política, que sólo estaba pendiente del horizonte electoral, debe ahora responder a las urgencias y revisar la organización social. Para Hannah Arendt, “una crisis se convierte en catastrófica sólo si respondemos a ella con ideas prefabricadas, es decir, con prejuicios”.
Ahí es donde la literatura se convierte en heraldo. Escribir para dar testimonio. Escribir para demostrar que la vida continúa.
El filósofo Roger-Pol Droit considera que esta epidemia es «una especie de experimento filosófico absolutamente gigantesco en el que cambia nuestra vida cotidiana». Nuestro mundo está llamado a cambiar, los valores a ser cuestionados, las prioridades a ser revisadas. Toda catástrofe conlleva un cambio de cultura. La definición de una crisis es que después las cosas vuelven a ser como antes. Esto es una catástrofe, no una crisis: volverá a empezar, pero no como antes.
Julio César Zamora decidió, con sus historias, abordar la epidemia desde la literatura. Su imaginación narrativa no se colapsó. Evitó lo gracioso a toda costa, lo sensiblero. Pero aprecio su inteligencia en alerta, el humor fino, el corazón en movimiento.
Durante la epidemia, decidió escribir para compensar el distanciamiento social; imaginó para aliviar una vida cotidiana trabajada por los miedos. Por eso, en tiempos inciertos, la literatura da toda la medida de su poder de reencantamiento.
¿Cómo escribir después de una catástrofe? ¿En la situación actual, qué papel puede desempeñar la literatura en la reconfiguración de lo que viene después de una gran convulsión como una pandemia? ¿Cómo nos ayudará pensar en las consecuencias culturales de una crisis sanitaria como la que estamos viviendo? Les recomiendo ampliamente, por eso, Prohibido besar. Historias contagiantes.