Rubén Carrillo Ruiz
Hace 40 años, Carlos Cipolla publicó un libro, Las leyes de la estupidez humana. Pero conserva vigencia sin conjeturas: hay que cuidarse de los estúpidos, legión en todos los ámbitos.
El problema es conocerlos para identificarlos, recelar de su sencillez fingida, listura pública y verborrea manifiesta. “El individuo estúpido es el tipo más peligroso”, afirmó el historiador de economía, profesor de la Universidad de Berkeley y de la Escuela Normal de Pisa. De origen italiano, nació en 1922 y murió en 2000, quizá ilusionado de que el milenio nuevo reduciría la estolidez (falta de razón y discurso).
Les lois fondamentales de la stupidité humaine salió con el sello de Presses universitaires de France, editorial de mucho prestigio, y reflexionan no sobre los estragos codiciosos o el dolor, sino sobre esa plaga desconocida y, a menudo, subestimada. La obrita se publicó primero en Estados Unidos. Doce años más tarde en italiano. Y transcurrieron otros 14 para lo propio en francés.
En sesenta páginas, Cipolla divide la humanidad en cuatro grandes categorías: los inteligentes, los bandidos, los cretinos y los estúpidos fundamentadas en concepto doble, perdedor/ganador.
Así están los escalones sociales. Los inteligentes practican relaciones que ganan/ganando. Los bandidos juegan a ganar/perdiendo. Los cretinos juegan a perder/ganando. Los estúpidos juegan a perder/perdiendo.
El estúpido no se manipula y su poder perjudicial se subestima. Y con razón: su comportamiento choca con el pensamiento racional, aduce Cipolla. Y es un hecho: la gente estúpida existe. No podemos hacer allí nada. Debemos protegernos de eso y, si posible, impedir sus daños. Aunque debido a lo errático de su comportamiento, resulta imposible prever sus acciones y reacciones.
Cipolla sostiene: el estúpido es más perjudicial cuando tiene el poder, pues su comportamiento absurdo tendría solo consecuencias marginales si la gansada no fuera la mejor compartida en el mundo, incluidos «burócratas, generales, políticos y jefes de Estado, cuya facultad para perjudicar es más temible por su posición.»
El librito abre varias cuestiones esenciales, pero sin respuesta: ¿podemos fácilmente admitir la importancia numérica y el poder perjudicial de los estúpidos?, ¿quiénes son concretamente?, ¿sobre cuáles sujetos de predilección ejercen su estupidez?, ¿por qué se ensañan en perder y hacer perder?, ¿cómo reconocerlos y distinguirlos de los cretinos?, ¿son sistemáticamente negativos?, ¿tienen la costumbre de estar deprimidos, agriados y celosos? Son puntos que abren pistas de reflexión desde una dimensión lúdica inesperada hasta una problemática filosófica, de la economía y sociología.
El texto es ágil e irónico porque clasifica la acción humana en esquemas bien establecidos con humor muy británico. Más cuando desmenuza las categorías: el bandido puede ser, a veces inteligente, a veces estúpido, a veces cretino. El cretino maniobra, pero su acción provoca pérdida para él mismo y una ganancia para nosotros; el bandido obtiene un dividendo causándonos una pérdida; mientras que el estúpido provoca una merma para otro. El estúpido es el individuo más peligroso, más que el bandido”.
Lo más grave, según Cipolla, es que la gente estúpida es numerosa, irracional y crea problemas para otros sin el menor beneficio, lo cual debilita a la sociedad. No hay ninguna protección contra la estupidez. Y el único antídoto para que no seamos llevados arrastrados por la corriente de los idiotas consiste en trabajar más y más inteligentemente. E identificarlos, para que, como muchos políticos mexicanos, no nos den gato por liebre. Aunque, al ser estólidos, lo piensen. Nosotros sí les pasaremos factura próxima, sin bono.
COMUNICACIÓN DE CRISIS
De un tiempo a esta parte, las instituciones públicas padecen embates y acosos, los cuales se profundizan ante los procesos políticos adelantados. Los elegidos en 2018 aún no rinden cuentas fehacientes ante la ciudadanía y ya piensan en la próxima contienda electoral.
Esta prisa falsa origina otras fallas: la impericia de los equipos de comunicación se agrieta cuando conciben que ésta se reduce a la instantaneidad de las redes sociales. Soslayan lo fundamental: una reflexión profunda de cómo la prensa tradicional no responde al apetito informativo ciudadano de este tiempo y que lo digital tampoco es la panacea ante la impreparación profesional de los periodistas.
La comunicación de crisis debería estar siempre activada en las instituciones públicas porque el tiempo mexicano es coyuntural. Veamos conceptos, alcances y procedimientos.
En una crisis, la opinión pública y la prensa están al lado de las personas afectadas, que se convierten en líderes de opinión a través de la fuerza de los acontecimientos. Por eso, debe ser efectiva, no incierta ni vacilante, máxime en un contexto de omnipresencia e inmediatez de los medios de comunicación y denigración en internet.
La planificación comunicativa permite crear oportunidades útiles para los medios, implementar una política para las redes sociales y los medios tradicionales, diseñar o mejorar un programa de monitoreo de medios, obtener asistencia de terceros.
La preparación para las crisis debe incluir pautas estratégicas y tácticas que manejen situaciones contenciosas con varios grupos involucrados. Esta preparación incluye la planificación de diferentes escenarios, la redacción temprana de declaraciones políticas y respuestas a preguntas probablemente difíciles, diferentes opciones y herramientas de respuesta que pueden proporcionar rápidamente información objetiva, dependiendo de las necesidades que se expresen en tiempos de crisis.
Nunca se puede predecir cuándo ocurrirá una crisis ni en qué forma, pero hay que estar preparado para lo inesperado. Los primeros minutos de una crisis son cruciales. En un contexto digital, la preparación y la planificación tienen sentido. No puede limitarse a los mensajes clave, a la información de los medios de comunicación y a unos pocos envíos en redes sociales.
Antes de cualquier operativo de comunicación, es necesario preguntarse qué es la crisis, sus impactos, lo que está en juego, imaginar la posible continuación de los acontecimientos y fijar la mirada en el horizonte final de los mismos. La segunda pregunta: determinar los objetivos de la comunicación de crisis, de forma clara, directa, que deben protegerse prioritariamente cuando los hechos se precipitan.
La comunicaciónde crisis es una comunicación de combate, hay que aceptar recibir golpes para salir victorioso. Esta fase de análisis y toma de decisiones no es fácil de lograr, pues los dirigentes están bajo presión psicológica para que se apresuren a actuar.
Por lo tanto, no se refiere exclusivamente a los comunicados de prensa y las redes sociales. Interfiere con la relación entre grupos e individuos, requiere planificación, determina lo que se puede y no se puede decir, pesa cada palabra, cada signo y asegura una coherencia perfecta entre todas las comunicaciones, respetando al mismo tiempo al público y a la ley.
No hay un solo público, sino públicos heterogéneos, cada uno con su propio objetivo, agenda y preocupaciones. En las relaciones públicas de crisis, las audiencias se diferencian de acuerdo con una matriz de interés y legitimidad.
La comunicación de crisis no está satisfecha con los principios de «velocidad, fluidez, transparencia y mensaje» u otras doctrinas arriesgadas. Es el resultado de la legitimidad, el simbolismo, la relación, la dignidad, el tiempo.