De cualquier tema existe efeméride. Hasta de los más insólitos. Jamás creí que el calendario del consumismo reservara una fecha para las suegras y, sin embargo, cada 26 de octubre debemos festejarlas, incluso con alegría internacional.
La educación es otra palabra recurrente para llenarse la boca de ditirambos. Discursivamente, se plantea la importancia transformadora de la enseñanza y el aprendizaje. Los peros brotan por doquier. De la palabrería vacua a la concreción de las excitativas políticas son testigos la pobreza, la exclusión, los servicios sanitarios deficientes, la inequidad de género. Problemas gravísimos en el orbe, aunque se hable escasamente de los mismos.
En nombre de la educación muchos niños héroes se envuelven en la bandera. Abundan los panegíricos. Pero la realidad es la profesora que le pone orejas de burro a un escenario que reprueba anhelos colectivos.
En muchos países como México, es decir, en el atraso educativo, el déficit en la lectura se convierte en el coco formativo: los adolescentes egresan del sistema básico con dificultades visibles para desplegar la comunicación básica del idioma. ¿Culpables? Somos todos. ¿Solución? Más intervención directa como padres de familia, medios de comunicación, profesores. La acción docente siempre será clave en la esfera emocional del aprendizaje. Y quienes enseñan deben tener a la mano el mayor número de posibilidades de cambio y actualización que entraña una capacitación para este tiempo, no anquilosada.
La siguiente traducción es parte de una entrevista que Jessica Lahey consiguió de Stephen King, quien antes de gran escritor fue profesor. La pieza periodística apareció en el semanario más antiguo de EU, The Atlantic. Por razones de espacio, comparto aspectos sustantivos.
Su obra clásica, On Writing (Mientras escribo), una memoria de la artesanía, ha sido elemento fijo en mi aula de inglés durante años, pero en este verano, cuando empecé a enseñar en una residencia de rehabilitación de drogas y alcohol, descubrí la medida de su valor pedagógico. Durante semanas, luché para involucrar a mis estudiantes adolescentes desintoxicados, frustrados y renuentes. Expuse mis mejores lecciones y practiqué mis mejores trucos, pero (a excepción de una conmovedora lectura en voz alta de The Tell Tale Heart [El corazón delator], de Poe), no logré captar su atención o imaginación.
Hasta que repartí copias de On Writing. Las memorias de Stephen King son, más que inventario, caja de herramientas del escritor o mirada voyeurista a su prolífica y exitosa vida de escritor. King cuenta sus años como profesor de inglés en la escuela secundaria, su propia recuperación de la adicción a las drogas y alcohol, y su amor por sus estudiantes. Lo más importante: cautiva al lector con su relato honesto de los desafíos que enfrenta y promete redención a cualquiera que esté dispuesto a llegar a la página en blanco con sentido de propósito.
Le pedí a King que expusiera las partes de On Writing: las tuercas y tornillos de la enseñanza, los detalles más ingeniosos de la gramática y sus ideas sobre cómo fomentar el amor por el lenguaje en todos nuestros estudiantes.
Jessica Lahey: Escribe que enseñó gramática “con éxito”. ¿Cómo definió el «éxito» cuando enseñaba?
Stephen King: El éxito es mantener la atención de los estudiantes para empezar, y luego hacerles ver que la mayoría de las reglas son bastante simples. Siempre empecé diciéndoles que no se preocuparan demasiado por cosas como verbos raros y que solo recordaran que el sujeto y el verbo estuvieran de acuerdo.
Lahey: Cuando la gente me pide que nombre mis libros favoritos, les solicito que reduzcan su petición: ¿leer o enseñar? Usted proporciona una lista fantástica de libros, pero ¿cuáles eran sus favoritos para enseñar y por qué?
King: Cuando se trata de literatura, la mejor suerte que he tenido con estudiantes de secundaria fue enseñar el largo poema de James Dickey, Falling. Es sobre una azafata succionada de un avión. Ellos ven de inmediato una metáfora extendida de la vida misma, desde la cuna hasta la tumba, y les gusta el lenguaje. Tuve éxito con El señor de las moscas e historias cortas. Nadie pone un libro de gramática en su lista de lecturas fascinantes, pero The Elements of Style sigue siendo un buen manual. Los niños lo aceptan.
Lahey: Escribe: «Uno absorbe los principios gramaticales de su lengua materna en la conversación y en la lectura o no». Si tal es cierto, ¿por qué enseñar gramática en la escuela? ¿Por qué molestarse en nombrar las partes?
King: Cuando nombramos las partes, eliminamos el misterio y convertimos la escritura en un problema que puede ser resuelto. Sin embargo, la lectura es la clave.
Lahey: Aunque me encanta enseñar gramática, estoy en conflicto con la utilidad de la diagramación de oraciones. ¿Enseñó diagramación y, en caso afirmativo, por qué?
King: La enseñé siempre diciendo: esto es por diversión, como resolver un crucigrama. Que se acercaran como un juego. Les di frases para diagramar como tarea, pero les prometí que no las probaría, y nunca lo hice. ¿Realmente enseña diagramación? ¡Bien! Creí que ya nadie lo hacía.
Lahey: En la introducción a The Elements of Style, White relata la instrucción de William Strunk: omitir palabras innecesarias. Mientras que sus libros son voluminosos, su escritura permanece concisa. ¿Cómo decide cuáles lo son innecesarias y cuáles no para el relato?
King. Es lo que se oye en la cabeza, pero nunca está bien la primera vez. Así que tienes que reescribirlo y revisarlo.
Lahey: Por extensión, ¿cómo pueden los profesores de escritura ayudar a los estudiantes a reconocer qué palabras son necesarias en su propia escritura?
King: Pregúntale siempre al estudiante escritor: ¿qué quieres decir? Cada frase que responde a esa cuestión es parte del ensayo o historia. Cada frase que no, tiene que desaparecer. No creo que sean las palabras en sí, sino las frases.